Durante décadas, científicos y sociedad asumieron que el desarrollo cerebral alcanzaba su madurez en la juventud, normalmente alrededor de los 18 a 25 años.
Sin embargo, un reciente estudio de la Universidad de Cambridge sugiere que el cerebro humano experimenta transformaciones profundas en distintas etapas de la vida. Esta supuesta “madurez” podría llegar hasta los 32 años.
Ahora este hallazgo tiene implicaciones significativas sobre cómo entendemos el aprendizaje, la salud mental y el envejecimiento neurológico.
Las cinco “vidas” del cerebro humano
La investigación de Cambridge se basó en resonancias magnéticas de 3,802 personas cuyas edades abarcan desde recién nacidos hasta 90 años. Los investigadores analizaron 12 métricas distintas para evaluar la estructura y conectividad cerebral, identificando cuatro momentos de inflexión que marcan transiciones importantes: a los 9, 32, 66 y 83 años.
Infancia: construcción y poda de conexiones (0–9 años)
Durante los primeros años de vida, el cerebro atraviesa una fase intensiva de creación de conexiones neuronales. Se produce una sobreabundancia de sinapsis (contactos entre neuronas) muchas de las cuales serán eliminadas en un proceso conocido como “poda sináptica”.
Este mecanismo permite que las conexiones más eficientes y utilizadas sean reforzadas, mientras que las demás se abandonan, moldeando las bases estructurales del cerebro.
Esta etapa es crítica para el desarrollo cognitivo y emocional, y puede definir la sensibilidad a estímulos del entorno, aprendizaje y desarrollo futuro.
Adolescencia prolongada: optimización de redes (9–32 años)
El estudio reflejó lo que tradicionalmente consideramos adolescencia (o juventud) no termina en la segunda década de la vida, sino que se extiende hasta los 32 años.
Durante esta fase, la materia blanca del cerebro continúa desarrollándose, lo cual mejora la comunicación entre distintas áreas cerebrales. Las redes neuronales se refinan y se optimizan, favoreciendo una mayor eficiencia en el procesamiento, integración y transmisión de información.
En consecuencia, el rendimiento cognitivo, la creatividad, la capacidad de aprendizaje y la flexibilidad mental pueden mantenerse al alza en la tercera década de vida. Para los investigadores, los 32 años representan el “punto de inflexión topológico más fuerte” de la vida cerebral.
Adultez estable: estabilidad estructural (32–66 años)
Alrededor de los 32 años, el cerebro entra en lo que podría considerarse su fase adulta, caracterizada por una relativa estabilidad en su estructura y conectividad. Las transformaciones drásticas disminuyen, las redes neuronales se “compartimentan” más, y la configuración cerebral tiende a mantenerse durante décadas.
Este periodo coincide con una estabilidad en rasgos cognitivos y de personalidad, aunque eso no significa que el cerebro deje de adaptarse por completo. Un cerebro adulto continúa respondiendo a experiencias, aprendizajes, retos laborales y emocionales, aunque con menor plasticidad que en las etapas anteriores.
Primeros indicios de envejecimiento: reorganización gradual (66–83 años)
A partir de los 66 años, el estudio detecta un nuevo cambio: comienza la reducción paulatina de la conectividad global, especialmente en las redes de materia blanca, lo que implica una reorganización cerebral gradual.
Aunque no es una caída abrupta, este periodo puede marcar una mayor vulnerabilidad ante enfermedades neurodegenerativas, deterioro cognitivo o disminución en ciertas funciones cerebrales. Este hallazgo coincide con reportes que muestran que el envejecimiento cerebral no es uniforme: algunos individuos mantienen un desempeño notable, mientras que otros pueden presentar declives significativos.
Envejecimiento tardío: declive en la conectividad global (desde 83 años)
El cuarto punto de inflexión ocurre alrededor de los 83 años, cuando las distintas áreas cerebrales comienzan a comunicar menos eficientemente en conjunto. La conectividad global disminuye, y el cerebro depende cada vez más de regiones específicas para desempeñar funciones.
Este cambio estructural puede vincularse con una menor agilidad cognitiva, memoria más frágil, lentitud en la integración de información y una mayor susceptibilidad a trastornos mentales vinculados a la edad.
El nuevo modelo de desarrollo cerebral
Que la “adultez cerebral” comience hasta los 32 años redefine no solo cuando alcanzamos la madurez, sino también cómo estructuramos políticas educativas, de salud mental y social. Este modelo sugiere que los jóvenes adultos podrían beneficiarse de oportunidades de aprendizaje, formación académica o cambios de carrera incluso pasados los 25 años, ya que su cerebro aún conserva una alta plasticidad.
Además, comprender los momentos de vulnerabilidad (como los 66 o 83 años) invita a redoblar esfuerzos preventivos en salud cerebral: detección temprana de enfermedades neurodegenerativas, promoción de estilos de vida saludables, estimulación cognitiva continua y mantener hábitos que refuercen la reserva cerebral.
Este modelo también cuestiona creencias comunes: que “el cerebro ya no aprende después de adulto” o que “la juventud cognitiva termina en los 20s.” La investigación recuerda que nuestro cerebro es un órgano dinámico, que cambia y se adapta durante toda la vida.




