
Es día de lavar, separas los calcetines y colocas en la lavadora ambos pares, del mismo color y tamaño. Llega el momento de tenderlos o meterlos a la secadora y ¡sorpresa, se ha perdido un calcetín!
Ya sacaste toda la ropa de la lavadora y tu incertidumbre comienza a aumentar, te detienes un momento a recordar el instante en el que realizaste la acción de introducirlos a la lavadora y te cuestionas
¿Qué pasó con mi calcetín?
Algunas marcas de electrodomésticos han respondido esta pregunta, por que no solo te ocurre a ti, ¡ocurre en todo el mundo!
Una de las razones es que los calcetines se pierden mucho antes de entrar a la lavadora y no por que estés enloqueciendo. Al ser prendas de tamaño pequeño pueden terminar debajo de la cama o detrás del cesto de ropa sucia.
También se debe a que la mayoría de las veces ponemos poca atención cuando realizamos algunas tareas domésticas pues es una acción en automático.
Un estudio realizado por una de las marcas (que también hace celulares), determinó que las personas pierden 15 calcetines al año y si tienen una esperanza de vida estándar el número sería 1264 calcetines durante toda su vida.
Por otro lado, otra marca (que tiene letras rojas en su logo) señaló que los calcetines pueden terminar en los tambores exteriores e interiores de las lavadoras de carga superior, o bajo el caucho en las lavadoras de carga frontal.
Origen de los calcetines
Su primera aparición en un texto se remonta al poeta griego Hesiodo que ya en el siglo VIII a.C. hace referencia a los piloi, de pilos o fieltro, aunque su industria como tal empezaría en Egipto unos siglos después.
Lo egipcios ya disponían de técnicas novedosas de teñido y tejido gracias al análisis del calcetín de un niño del año 300, momento en el que Egipto pertenecía al Imperio Romano.
Con el paso de los siglos la lana fue el material preferido, aunque también se usaba el fieltro o el pellejo de roedores de forma habitual.
Para el siglo XVI por allá del 1589, el reverendo inglés William Lee inventó el telar de punto que hizo que las telas fueran mucho más fáciles de producir.
El rey Enrique IV de Francia le ofreció apoyo financiero a Lee, por lo que el inventor se mudó a Rouen, Francia, y construyó una fábrica de calcetines.